domingo, 22 de noviembre de 2015

EL LABERINTO DEL TAROT

I

Yo pedí comprender el Misterio del Tarot y los maestros me sonrieron, sus ojos, decían: No sabes lo que quieres. Sus bocas, permanecían calladas.

Insistí una y otra vez, como una niña pide sus juguetes, hasta que dejé de pedir y me dediqué a investigar, estudiar. La vida transcurría entre aciertos y descalabros. Mi carácter se formaba sin dejar en ningún momento de desear conocer y desentrañar los misterios del Arcano Libro del Tarot. Hoy se que esas retorcidas sendas de la búsqueda eran mi entrenamiento.

Cuando la ansiedad había desaparecido y solo la pasión por  vivir y saber me guiaba, me llamaron al Templo y me preguntaron si deseaba ser iniciada en los misterios.

Esto ocurrió en un sueño tan vivido que, no pude dudar, era una señal. Me llené de júbilo e inquietud presintiendo que, de alguna forma, estaba cerca de desentrañar los misterios.
El sueño se repitió tres veces, de formas distintas. En todas las ocasiones yo solo pude reafirmar mi decisión con un simple si.

Por fin, una noche, soñé que estaba en un monasterio, esta vez, no me preguntaron nada. Unos jóvenes acólitos me dieron una túnica blanca, de hilo crudo, un tejido tan antiguo como la civilización. Me guiaron a una caverna bajo tierra, en ella descubrí unas piscinas con aguas claras y aromáticas, una caliente, otra fría. Aquel lugar, por lo hermoso y acogedor, era un paraíso para los sentidos. Sin mediar razonamiento supe que estaba en el útero de la tierra. Ahora, debía nacer a otro nivel de conciencia.
Me pidieron que me quitara todas mis ropas y me bañara en las piscinas, primero en la caliente, luego en la fría, después en las caliente de nuevo y, por último, en la fría.
Me ordenaron vestirme con la túnica y esperar a que me llamaran.
La espera se me hizo larga. Me introduje en una oleada de recuerdos y dudas filosóficas, en una maraña de ideas. Y, envuelta en esta sin razón, desperté. La luz de la mañana hizo presa en mis sentidos y siguiéndola como una polilla me devolvió a la vigilia.
Ya, despierta, medité y concluí que algo había cambiado en mis sueños. Debía prepararme. Siguiendo mi instinto y quizás la memoria antigua de la humanidad, durante los siguientes días, hice baños emulando los del sueño, suponiendo que esto era lo que se esperaba de mí.


Semanas después cuando mi confianza comenzaba a peligrar, una tarde me quedé dormida en el sofá. La casa estaba en silencio. Entonces, en el momento más inesperado, se produjo el milagro. Soñé de nuevo: 

Volvía ha estar en la caverna de los estanques vestida de lino, una mujer muy hermosa, vino a buscarme, iba envuelta en gasas trasparentes.

No me habló, me indicó con un gesto que la siguiera. Prácticamente no me di cuenta de cuando desapareció, todo era tan inesperado y sencillo. Me encontraba frente a unas escaleras que descendían otro nivel, introduciéndose en la Tierra. Una voz firme y serena que parecía surgir de todas partes dijo: “Es necesario bajar a los niveles inferiores para iniciar tu ascenso. Baja a las entrañas de la Tierra y habré la puerta del laberinto del conocimiento, si el valor te asiste, entra y recorre sus estancias. Cuando salgas a la luz del día recibirás mi abrazo de bienvenida.- La voz, de naturaleza masculina, era autoritaria y, al tiempo, tranquilizadora - Si, en el camino, desistes de tu empeño o las fuerzas te fallan, déjate vencer por el sueño y al despertar estarás en tu lecho. Volverás al Templo cuando la vida misma te traiga.”

Yo entendí sus instrucciones, pero no todas sus implicaciones.  Había aprendido a confiar y dejarme guiar por mis instintos. Estos y el corazón me decían, sigue adelante, no hay peligro, lograrás lo que deseas, comprenderás y, a través de la comprensión, adquirirás la paz interior que tanto anhelas. No imaginaba entonces lo largo que podía llegar a ser el camino.

Bajé despacio, recreándome en los anchos escalones y en los ecos de mis pasos, en el conocido olor a humedad. Poco después, llegué a una puerta de madera con refuerzos de hierro, parecía recién manufacturada, como si la acabaran de barnizar y colocar para mi llegada. Unas grandes letras de bronce incrustadas en la madera rezaban así:
"Laberinto de la Vida, abre todas mis puertas y nace".

II

La llave estaba puesta en la cerradura invitándome a moverla y, de pronto, me pregunté por la luz. ¿De donde venía la luz que me permitía ver? Desde que había salido del recinto de los baños no recordaba ninguna fuente luminosa.

Como si mis pensamientos fueran oídos por la voz que me guiaba,  la escuché de nuevo. - Surge de tu interior, de tu alma, de la energía primigenia. Tú estas compuesta de ella.- Dijo.

Por primera vez, sentí un escalofrío, miedo, casi terror. Acababa de darme cuenta, todo mi cuerpo irradiaba un halo luminoso, irisado, del que no había sido consciente hasta ese momento. Aun más, esto era un sueño, de eso estaba segura, pero, tan vivido como si me hubiera trasladado física y síquicamente a otra dimensión. Una parte de mí, ante esa certeza, se estremeció y otra parte se emocionó de placer. Me sentía dividida, pleno de contradicción, más que en toda mi existencia.

A pesar de mi sorpresa, en unos segundos o minutos me recompuse, quizás el tiempo no era como se puede percibir en la vigilia. Giré la llave empujando la puerta.
Al otro lado, la luz era cegadora y el espectáculo indescriptible. Un relámpago de asombro y miedo recorrió todo mi cuerpo, desde los dedos de los pies descalzos hasta la despeinada coronilla.
Di un paso, la puerta se cerró y desapareció, dejándome ante un mundo más propio de Alicia en el País de las Maravillas que de los sótanos de un Templo de iniciación.  ¡¿Qué sabía yo?!

La mente humana es capaz de imaginarse muchas cosas, esta no era de las sencillas. Estaba en un LABERINTO de escaleras y pasarelas, estas subían y bajaban, sin aparente sentido ni orden, en una estructura inmensa con forma de descomunal torre. Yo no alcanzaba a ver el techo. Estaba iluminada con una infinidad de ventanas de todos los tamaños y formas; decoradas con vidrieras que filtraban un sol de verano en pleno medio día. Aquel arco iris parecía humano, como si respirara y latiera, tuve la certeza de que necesitaría toda mi fuerza de voluntad para andar por aquel lugar.
Era una zarzuela de formas, colores y sombras. Lograban que el mundo cotidiano, de pronto, no existiera y toda mi concentración fuera necesaria para asumir aquel maravilloso caos.

Comencé a andar por el puente sobre el que me encontraba, más abajo, se percibían movimientos y sonidos de animales, como si, bajo mis pies, hubiese una jungla invisible. Solo podía percibir los sonidos, las sombras y los olores, pero no reconocer su naturaleza exacta. Por esta razón sabía que no quería vérmelas con los habitantes de las profundidades. Así que, me dirigí en línea recta buscando algún tramo, de las extrañas escaleras, que me llevara hacia arriba.

Así, llegué a una puerta, la empujé levemente y unos segundos después ya estaba al otro lado. Sentí como se cerraba detrás de mí. Me giré para intentar abrirla, también había desaparecido, como la primera, y deduje que eso ocurriría con todas las que me encontrara y traspasara.

Era  natural, en la vida no se puede volver atrás. Cuando ya sabes andar, te puedes sentar y negarte a avanzar, pero, no puedes dejar de saber como se anda. En la vida, podemos no usar el conocimiento,  sin embargo, no dejamos de tenerlo. Este, "no" es la memoria caprichosa y selectiva. Está presente, aunque no lo recordemos o no lo percibamos, como nuestra nariz o nuestras orejas.

Aquella era una habitación pequeña de piedra, el torreón de un viejo castillo. Un par de troneras iluminaban el suelo de madera. Estaba lleno de polvo y no se veía ningún mueble o enser.

Estaba buscando algo que me indicara por donde podría salir de aquel lugar, cuando las paredes desaparecieron, se diluyeron, como un holograma. Al otro lado, surgió una estancia, también de piedra, con pequeñas ventanas de arco de medio punto, iluminaban una escena muy conocida por mí. Era como estar espiando, desde una pared traslúcida, otra estancia del mismo castillo, donde se encontraba un alquimista trabajando. El arquetipo de EL MAGO, el eterno alquimista buscador de la Piedra Filosofal, del remedio de las enfermedades, de los misterios de la biología,....

Un hombre con aspecto de bufón, de traje multicolor, se encontraba frente a una mesa, el altar de la ciencia, la paraciencia. En su cabeza, un sombrero mostraba el signo del infinito, - La Eternidad - sobre él incidía un rayo de luz del cielo y sus pies se sumergían en una alfombra de flores, estas, emergían de las piedras del suelo.
En una mano tenía la Varita Mágica, el signo del Fuego y de la esencia espiritual humana. Con la otra, tocaba el Pentáculo colocado sobre la mesa frente a él, símbolo de la Tierra y por tanto del poder sobre la materia. Junto ha este, se podían ver la Espada, reino del Aire y de la inteligencia y el Cáliz Sagrado, blasón del reino del Agua y de las emociones.
 Eran los cuatro símbolos alquímicos danzando, serenamente, un quinto los pone en contacto con un universo más grande y maravilloso que el mío, la voluntad del Mago.
De pronto, aquella imagen congelada, tomó vida y empezó a cambiar, el rostro del Mago se mutaba vertiginosamente y, superpuesto sobre su figura extraña, empezaron a desfilar las vestimentas humanas de todos los tiempos, los símbolos del alquimista,  el astrólogo, el astrónomo, el químico, el biólogo. La estancia, en origen, de aspecto medieval, empezó a ser laboratorio, taller, botica, cocina, pero, sin dejar de ser el mismo lugar y siendo todos a la vez.

Vi pasar sobre la imagen del MAGO a toda la humanidad, en sus investigaciones, sus logros, los pequeños avances, en todos los campos de la vida, cada segundo de conciencia de todos nosotros. Estoy seguro que en algún momento me vi a mí misma con los ojos del MAGO puesto que él era yo, y yo, era él.

Mi cuerpo quería vomitar de puro vértigo. Mi mente estaba desbordada, colmada de asombro. No podía retenerlo todo y cerré los ojos.

 La escena desapareció respondiendo a mis sensaciones. Comprendí, todo había ocurrido dentro de mí. El MAGO era yo, a través del tiempo y el espacio, a través de la inocente memoria de mi cuerpo, del inconsciente colectivo de la humanidad.

Cuando abrí los ojos, el holograma había desaparecido y frente a mi había una puerta entreabierta. Al otro lado, un tramo de escaleras bajaba unos peldaños, hasta una pasarela que acabada en otra puerta, me dirigí a ella. La traspasé con resolución, de inmediato me encontré en una terraza que se abría a un paisaje desolador.

Frente a mí se desarrollaba una batalla, entre escombros y focos de incendios.
Un LOCO andaba entre los fuegos, los disparos y las explosiones, ajeno a todo lo que le rodeaba, con una mochila increíblemente pesada al hombro, como si, en una soleada tarde de primavera buscara donde recostarse, al amparo de un árbol. Su inconsciencia parecía protegerle, sin embargo, era improbable que saliera del campo de batalla ileso, se giró y vi su rostro asustándome. Era el Mago del castillo, también era yo y todos mis amigos y parientes. Era la humanidad entera ignorando el peligro al acecho desde siempre, ignorando su ignorancia.
Las lágrimas resbalaron por mi rostro. Supe, este, había sido y sería siempre el camino...   todos éramos supervivientes de cada época, de cada nivel de inconsciencia, desde que, por primera vez, andamos sobre la Tierra.

Algo en mí recordó, como si siempre lo hubiera sabido: "Yo", todos los días, andaba en medio de un campo de batalla,  todos los días me salvaba, porque, el Mago me habitaba, con su infinita habilidad, me rescataba. Comprendí que era una niña con suerte, un arlequín, a un tiempo, ágil y torpe. Y, por primera vez en mi vida, el orgullo y la prepotencia no me traicionaron. Ser una niña, un bufón. Ser torpe e ignorante. No me importó. Al contrario, me pareció lo natural y me sentí cómoda con mi inocente "Yo".

Estaba triste, exhausta, con el corazón acelerado, aun así, tomé conciencia, volví a subir por las extrañas escaleras de la inacabable Torre. Con pasos lentos, nadando en la irisada luz avanzaba, mientras rumiaba mis recientes descubrimientos.



III
Esta vez, mis pasos me llevaron hasta una arcada de piedra, construida con gráciles tallas que se enlazaban, creando un dibujo interminable. Al cruzar el umbral, me encontré en una estancia de altos techos y paredes de mármol, con una maravillosa luminosidad que sugería Grandeza y Paz. Cuando mis ojos abarcaron todo lo que tenía delante, vi a una Mujer extraordinaria, sentada en un trono situado entre dos columnas salomónicas, una de mármol blanco, la otra negro. Eran el único adorno de aquel lugar.

 LA SACERDOTISA me miró a los ojos y yo, obedeciendo a su poder hipnótico, me acerqué hasta el trono. Detrás de ella, había una cortina bordada con estrellas y signos esotéricos, intuí que yo debería primero conocerlos y comprenderlos para traspasarla.
Ella tenía un libro abierto en las manos y unas llaves sobre su regazo, la Luna menguante asomaba bajo sus pies.

Me sonrió y me dijo: " ¡Bien venida peregrina! Descansa, quítate el polvo del camino y dime: ¿Qué te trajo hasta aquí?".

Yo no sabía si debía contestar, ni que podía esperar de ella. Las piernas me temblaban y el miedo hizo presa en mí. No quería fracasar, pero, no sabía que hacer.

- Deseo entrar en el templo y seguir el camino del conocimiento. - Dije.

No sé de donde salieron esas palabras, pero, si sé que las pronuncie yo.

-  Yo soy la guardiana de la puerta. Me aseguro de que los caminantes que llegan hasta aquí lean el libro de la vida y comprendan los cuatro misterios, si lo haces te daré las llaves y descorreré el velo.- Su rostro era impenetrable y su voz profunda como el espacio abierto.
- ¡Estoy dispuesta! -  Diciendo esto, tendí mi mano hacia ella y, ella, a su vez, me dio el libro. Al cogerlo me postré, porque, su peso esa inmenso. Y cayendo al suelo, me vi, de pronto, en medio de una escena inesperada.

Un círculo, parecía una guirnalda tejida de Arco Iris y relámpagos, giraba entre el cielo y la Tierra.
Su velocidad era impensable, el brillo que emanaba cegador y el fragor de música, truenos, huracanes, terremotos, avalanchas de montañas..., ensordecía más allá de lo imaginable.

En el centro de aquella inmensa rueda, había una figura danzante de una mujer desnuda (la Sacerdotisa o quizás la mujer que me guió a la puerta del laberinto…), entre velos, seguía el ritmo tronante. Con una varita en la mano, parecía dirigir aquella titánica orquesta.

A los lados de la esfera se hicieron visibles las cuatro bestias del Apocalipsis, una como un León, otra como un Toro, la tercera con cara de Hombre y la cuarta como un Águila volando.

Escuché en la lejanía la voz de la Sacerdotisa, me decía:

- ¡Este es EL MUNDO! En él, todo lo que ves, las cosas, los fenómenos, son siempre jeroglíficos o ideogramas de ideas y pensamientos superiores. Recórrelo y Compréndelo.
Estas palabras barrieron aquella imagen y me encontré a los pies de la Sacerdotisa con el libro en el regazo, mirándola a los ojos.
En ellos vi EL MUNDO, lo recorrí como un pájaro y reviví mi vida, comprendiendo, cuantas veces se había manifestado el Gran Plan Universal, en mi cotidiano devenir.  Cuantas cosas desconocía y se convertían en misterios ante mis ojos ignorantes.
En sus pupilas las cuatro bestias me hablaron y me desvelaron sus misterios.

El León me habló de la fuerza necesaria para no abandonar en los momentos de la vida cuando todo se va ha perder. Con una garra sustentaba una antorcha encendida, era el fuego eterno, el espíritu que infunde la vida. Era el signo de Leo, la fuerza solar en el centro del verano, la maduración de las cosechas, la que garantiza la continuidad de la vida. Eran los bastos con sus Misterios encerrados en los Arcanos Menores del Tarot.

El Águila me llenó de valor y tolerancia, de amor y pasión. Volaba sobre todas las aguas de la Tierra y se posó en medio de un pantano, enseñándome el poder de la transformación, del sacrificio, necesario para generar una nueva vida. Vi en ella los pantanos, las fuentes, los mares y los océanos, las eternas aguas del otoño que, con su corrupción, permiten emerger la vida. Era el signo de Escorpio, el agua como caldo de cultivo de la vida, las emociones humanas en plena transformación y elevación, los misterios del Palo de Copas en los Arcanos Menores.  

Una bestia con cara de Hombre Sabio y cuerpo de pez, traspasaba agua de un cuenco a otro, sin derramar una gota, esperando ganar mi atención. Este me enseñó, con solo mirarlo, el poder de la paciencia, la constancia y la observación, como principio del conocimiento racional y espiritual. Su serena y profunda mirada me acercó a la  sabiduría, más allá del conocimiento. Él era el signo de Acuario, los vientos del intelecto humano, el frío del invierno aquietándolo todo, introduciéndolo en el silencio, necesario, para macerar la semilla del conocimiento, el Palo de Espadas de los Arcanos Menores. Era la misteriosa arma con la que el hombre se defiende de su brutalidad.

El Toro me ofreció la Tierra, noblemente la pisaba y me trasmitió la fuerza de las montañas, los tesoros que estas encerraban, sus piedras preciosas, el oro, la plata, el gozo de saberse dueño de toda la materia, la alegría de vivir. Él era el signo de Tauro, la materia prima necesaria para  manifestarse, La Madre Tierra, la eclosionó de vida de la primavera, sumando todos los poderes, para despertar de su letargo a la conciencia, el Misterio del Palo de Oros del Tarot.

Cuando todos hubieron hablado, sentí que la mano de La Sacerdotisa tomaba la mía y, guiada por ella, crucé el velo del Templo.

IV
Poco a poco, mis ojos se recuperaron y pude mirar a mí alrededor, de nuevo, mi sorpresa no tenia límite.  Yo esperaba estar en un edificio sagrado dedicado al culto y los misterios, sin embargo, me encontraba en un bosque paradisíaco, en un Edén de la juventud del mundo.

Caminé, lentamente, maravillada con todo lo que veía. A cada paso, mis ojos, descubrían, alegría, belleza y vida. Allí nada parecía tocado por el tiempo.

Comprendí que estaba en el más Sagrado Templo, el de las Diosas del amor. 
En un claro de aquel Edén se escuchaban música y risas. Me acerqué, buscando su origen. Duendes, ninfas, hadas, silfos, salamandras... jugaban y servían a LA EMPERATRIZ coronada de flores y portadora de dos irisadas alas, esta se recostaba con su arpa en un trono de joyas que se renovaban constantemente.
Donde ella ponía los ojos florecía todo y hasta donde su canto llegaba la luz era dorada.

Me miró y sonrió, invitándome a sentarme en aquella alfombra paradisíaca, entonces comprendí porqué al ir al mundo de las hadas y volver, los humanos creen haber pasado un día y una noche, cuando, para los mortales, pasaron varias generaciones. Allí el tiempo es una ilusión (o no transcurre, o lo hace de forma incomprensible para los mortales).

Tanta belleza me dio miedo. ¡Pobre mortal! Tanta alegría de vivir, música, placidez, me pareció una trampa, tenía que rechazarlo para seguir aprendiendo.
¡¿De donde me había sacado yo que sufrir era imprescindible?!
- Las cosas buenas de la vida son parte de la creación.- Dijo.- Todo lo licito no disfrutado mientras vivas, serán deudas contraídas con tu alma. La belleza es su alimento.

Ella leía mis pensamientos y mostraba sus opiniones, con una voz clara y fresca, como agua de río. Me miró y me dijo: Todo es dual y está en eterno movimiento, acompaña a mi mensajero y asiste a su Juicio. Comprenderás que en cada vida surge la muerte y, en su constante renacer, una nueva Vida-Muerte-Vida.
Un ángel, con rostro de tremenda severidad, se presentó con solo nombrarlo. Era el ancestral arquetipo DEL JUICIO DE DIOS.
Antes de poder preguntar o pensar nada más, me vi volando junto a aquel mensajero,  por encima de grises y altas montañas, envueltas en oscuras nubes, hasta un profundo valle.
En aquel espectral lugar, se adivinaban formas, a vista de pájaro, sugerían filas de ordenadas piedras. Ya, más cerca, vi un inmenso cementerio cubriendo toda la superficie de la tierra. Horrorizada, preguntándome, qué lugar sería aquel, qué espantosa guerra habría producido tanta muerte. Perdí el aliento.

Entonces escuché dentro de mí la voz del Ángel contestando a mis preguntas.

- Tan absurdo es aferrarse a la vida como aferrarse a la muerte. Tan perjudicial es negar los placeres de la vida como negar sus sufrimientos. En cada placer hay implícito un sacrificio y un cambio. En cada sufrimiento hay una recompensa. Todo cambia, todo retorna, esa es la verdad que te devolverá la libertad y te permitirá disfrutar del aquí y el ahora. Entendiendo que todo tiene una razón universal para existir y nada escapa a ello.

En mí se hizo una resplandeciente comprensión. El terror de la muerte empezó a alejarse de mí.

Las tumbas se abrieron y de ellas surgieron niños, flores y una brisa de primavera barriendo la gris niebla.

Junto al Ángel del Juicio descendí a la tierra y seguí mi camino. Andando por aquel valle ahora renacido me sentí poderosa, invencible y sabia, capaz de gobernarme y de gobernar a  otros. Cerré los ojos y, cuando los abrí, estaba de nuevo en el LABERINTO de escaleras. La luz había cambiado, era dorada como en un atardecer de otoño.

V

La voz de mi guía sonó en mi interior.

- Ahora, debes comprender la gran Ley del Cuatro, el Alfa y el Omega de todo.- No comprendí sus palabras. Me vi, a mi misma, como un Emperador que gobierna el mundo y sonreí. Aquello era una simpática ironía, una trampa para mi Ego, no iba a caer en ella, o, eso pensaba. Creía no desconocer nada de mi misma, ni del mundo que me rodea.

Una voz salía de mi interior recriminándome.

- ¡Tu eres  EL   EMPERADOR  del universo en el que vives!       ¡Deja de dudar y reconócete!

Subí un tramo de escaleras y de nuevo entré en una estancia. Era la Gran Sala del Trono de algún remoto palacio.

Frente a mí, había un hombre de regia mirada, estaba sentado en un trono decorado por cuatro cabezas de carnero, reconocí en ellas a Aries, el fuego que despierta la tierra derritiendo las nieves del invierno. (La Sacerdotisa me había enseñado todos los símbolos.)
Se cubría con un yelmo de oro. Su barba era blanca y caía sobre un manto púrpura. En una mano sostenía una esfera, símbolo de sus posesiones, y en la otra un cetro en forma de cruz egipcia, la llave de la vida.

-  Yo soy la semilla, el aliento que infunde la vida.- Dijo El Emperador.- Impero sobre todas las cosas, porque estoy en todo.- Hizo una pausa, quizás, para atrapar, totalmente, mi atención.- Las cuatro letras del nombre de Dios* están en mí y yo estoy en todo.- Su rostro se iluminaba levemente al hablar.


* Según la tradición monoteísta mediterránea - pitagóricos, hebreos, musulmanes, cristianos de todas las ordenes, etc... - Dios es el innombrable, puesto que, su nombre es un secreto de naturaleza mística. El verdadero nombre de Dios, llamado el Shem Shemaforash., es el instrumento de la creación. Esta palabra secreta, sonido, vibración, forma matemática, arquetipo primigenio,... al ser pronunciada creo, y crea, todas las cosas.

-Yo estoy en los cuatro principios, Yo estoy en los cuatro elementos. Yo estoy en las cuatro estaciones. Yo estoy en los cuatro cuartos de la Tierra.- Una luz que emanaba de su interior surgía, despacio, envolviéndolo.- Yo estoy en los cuatro signos del Tarot. Yo soy la Acción, expresada por el número uno. Yo soy la Resistencia, contenida en el número dos. Yo soy la Consumación, expresada por el número tres. Yo soy el Resultado implícito en el número cuatro.

- Como la Tierra tiene Fuego, Agua y Aire, como la cuarta letra del nombre tiene las primeras tres y ella misma se convierte en la primera, así, mi cetro, tiene el triángulo completo y lleva en sí el germen de un nuevo triángulo. Mi semilla, siempre, dará fruto.
La voz, estaba por todas pastes, como el aire.

Mientras el Emperador habla, su yelmo y la armadura dorada que se veía bajo su manto brillaban más y más fieramente, hasta que no pude soportar más su fulgor y cerré los ojos.
Cuando traté de levantarlos otra vez, se encontraba ante mí un resplandor que lo penetraba todo, hasta las células de mi cuerpo, llenándolo de luz y fuego.
Caí postrada adorando a la Palabra de Fuego. La vibración que crea la vida. La medida contenida en todo. Entendí que estaba ante la expresión, más pura, del orden natural de las cosas.

Después de esto, lo primero que vi en mi interior (mis ojos eran incapaces) fue EL SOL. Comprendí que Él es la primera y más sagrada Palabra de Fuego, El Macro Emperador, con su energía impregnaba todo el planeta y todos los planetas del sistema. Repartiendo la energía que permite la vida como un padre reparte la energía, la atención, el amor, el conocimiento,... entre sus hijos. Era la equidad más pura.

EL SOL brillaba y daba calor. Abajo, los dorados girasoles, reverentes ante tanto poder, movían sus corolas. Dos niños, sin duda, símbolo de la inocente confianza que tiene la naturaleza en su Emperador Solar, se solazaban bajo sus cálidos rayos. Una lluvia de oro caía sobre ellos, como si el Sol vertiera oro fundido (el código sagrado de la vida) sobre la superficie de la Tierra.

Cerré los ojos por un instante, deseaba comprender estos nuevos mensajes y, dentro de mí, vi que todos los rayos del Sol eran cetros del Emperador, que llevaban vida en cada uno. Sentí cómo, bajo los agudos rayos, las místicas flores de las Aguas se abrían por todos lados, y cómo, los rayos penetraban en estas flores. La Naturaleza entera nacía continuamente de la unión misteriosa de los dos principios, femenino y masculino. El Sol lo sembraba todo de vida.

VI

Aquella visión empezó a alejarse de mi mente y, quizás para impedir que olvidara el poder solar, en unos minutos, se hizo de noche en el Laberinto, la oscuridad latiendo me impresiono tanto como la luz.
Salí del salón del trono. El Laberinto se llenó de luces, en forma de antorchas, velas, bombillas, reflectores, neones, lámparas de cristal extrañamente encaramadas a las paredes, etc., en una zarzuela de épocas y realidades poco conciliables.

 “Nada, por bello que sea, es comparable a la luz del Sol y sus infinitas tonalidades.” Este, fue un pensamiento último, como un retazo de la voz de mi guía.

Mis pasos me llevaron de nuevo al Templo. Allí, sentado en un trono de oro, bajo un dosel púrpura, estaba El Gran Maestro. Llevaba las vestiduras de un Gran Sacerdote, la blanca y dorada mitra de un Papa. Era el HIEROFANTE.

Bajo sus pies estaban las dos llaves cruzadas, las que la sacerdotisa me había enseñado en mi primer paso por el templo de la sabiduría. Dos Iniciados se encontraban arrodillados ante él. Él les hablaba.
Yo oía el sonido de su voz, pero no podía entender una sola palabra de lo que decía. O bien hablaba un lenguaje desconocido para mí o había algo que impedía que comprendiera el significado de sus palabras.
Escuché en mi interior la voz de mi guía, como un susurro, me apuntaba la respuesta.
 - Él habla sólo para aquellos que tienen oídos para oír. Desdichados, aquellos que creen oír antes de haber oído en verdad, o que oyen lo que él no dice. Perdidos están los que ponen sus propias palabras en lugar de las palabras de él. Estos nunca recibirán las llaves de la comprensión. Y es de ellos de quienes se ha dicho: ni entran ellos mismos, ni a los que están entrando dejaran entrar.- El susurro se perdió en la distancia dejándome más sola que nunca.

Estas palabras desataron un sinfín de preguntas y dudas en mi mente y mi corazón. En aquel silencio, lleno de expectación, me reconocí como una peregrina que llega al final de su romería y espera recibir, de las Sagradas Reliquias, la iluminación que necesita.
¡Necia!
 Todas las dudas se resolvieron con una sola respuesta. Esta, surgió de mi interior y no de la voz que me inspiraba: " ¡Debía conquistar las llaves! Y, Solo existía un medio: Abrir mi corazón y mi mente, aprendiendo a escuchar y a observar. Hacerme dueña de mi caprichoso Ego, henchido de orgullo y ceguera. VER y ESCUCHAR más allá de mi misma. Estas, eran LAS LLAVES que abrían la puerta de la Comprensión".

La noche inesperada de nuevo se cernió sobre mí, como un manto. Ahora mi mente cansada deambulaba entre el miedo y la desesperanza. Salí del Templo ¿Qué ocurriría si habría otra puerta? Solo la luz espectral de LA LUNA iluminaba mis pasos. Todas las luces del Laberinto se habían apagado, más aún, sus fuentes, como fantasmas, habían desaparecido. Busqué una terraza. Mi instinto me llevó hasta una, de las múltiples, colgadas de aquella fantasmal construcción. Detrás de mí, El Laberinto quedó sepultado en las tinieblas.

La desolada llanura, herida por mil guerras, se extendía ante mis ojos. LA LUNA llena miraba abajo, envuelta en una profunda meditación. Bajo su oscilante luz las sombras nacían, vivían su peculiar vida y morían constantemente. Había colinas negras en el horizonte, las mismas que enmarcaban la escena de la guerra en la que El Loco andaba inmerso, pleno de inconsciencia.
Entre dos torres grises se abría un camino, que se perdía en la distancia. A ambos lados del camino, uno frente al otro, un lobo y un perro estaban aullando a La Luna. Del arroyo envuelto en vapores contaminados, un gran cangrejo negro salió a la arena. Un denso rocío frío, caía. Los murciélagos, planearon sobre mi cabeza y el ulular de un búho, contestó a los canes.
Un sentimiento de terror me asaltó. Sentí la presencia de un mundo misterioso, de un mundo de espíritus hostiles, de cadáveres que salían de sus tumbas, de fantasmas atormentados.
En la pálida luz de LA LUNA me pareció sentir la presencia de fantasmas, las sombras cruzaban el camino, alguien me observaba, al acecho, detrás de las torres.
El miedo se adueñó de mí como una tormenta. Todos los miedos humanos, todas las tinieblas propias de mi especie, con sus fantasmagóricas formas, visitaron mi mente. No pude soportarlo y perdí el conocimiento.

VII

Dormí, dentro del sueño, y soñé que: Un ángel me llevaba al paraíso, El Edén primigenio.

En el jardín paradisíaco, se recreaban un Hombre y una Mujer. Duendes, ondinas, sílfides y gnomos se acercaban a ellos libremente; los reinos de la Naturaleza, piedras, plantas y animales, les servían.
Era evidente que conocían el misterio del equilibrio universal, y ellos mismos eran el símbolo y la expresión de ese equilibrio. En ellos estaban unidos los dos triángulos que surgen del cetro del Emperador, formando una estrella de seis puntas.
Muy por encima estaba el Ángel, invisible, que los guiaba. Su presencia que ellos siempre sentían. Era evidente.

Mis ojos se posaron sobre un majestuoso árbol de frutos dorados. Una víbora bajaba de la frondosa copa, deslizándose por su tronco, y murmuró al oído de la Mujer. Esta, confiada, la escuchaba, sonreía con incredulidad, luego con curiosidad. Después vi que ella le hablaba al hombre, y él también sonrío, señalando con su mano el jardín que les rodeaba.
De repente, una nube surgió y ocultó el cuadro que tenía ante mí. Supe que había visto la Arcana escena de LA TENTACIÓN. No pude evitar hacerme una pregunta: ¿Cual es la naturaleza de la Tentación?

A pesar de mi sopor, escuché la voz del Ángel del Paraíso, decir:   

- LOS ENAMORADOS tienen que hacer una Elección. En esta Elección está implícita la Tentación.- Dijo el Ángel. - La tradición cuenta, crípticamente: " La sabiduría que se arrastra por el suelo les dijo: vosotros sabéis que es lo bueno y lo malo. Y ellos creyeron esto, porque era agradable pensarlo."
En la voz del ángel se percibía cansancio quizás de milenios.

- Entonces, dejaron de escuchar mi voz conductora, de confiar en ella. El equilibrio fue destruido. El mundo encantado les fue cerrado. Todo se les presentó bajo una luz falsa. Y se convirtieron en seres mortales. Esta caída es la primera trasgresión de la humanidad de las leyes de la naturaleza. Se repite constantemente porque el hombre nunca ha vuelto a confiar en la armonía natural del universo. Vive con la creencia de que solo sus sentidos alcanzan a ver la verdad.
El Ángel suspiró y tras una breve pausa continuó diciendo.
- Solo cuando la humanidad haya expurgado este error a través del conflicto y recuperado la confianza y la inocencia natural. Puede librarse del poder de la muerte y volver a la vida inmortal. Reconquistando el paraíso.

Al despertar, dentro del sueño, me encontraba en la terraza del Laberinto. El paisaje que antes me había aterrorizado estaba cambiando. Era el momento que precede al alba, cuando toda la naturaleza está expectante. Las sombras se alejaban. Las alimañas desaparecieron.

En el centro del cielo brillaba una GRAN ESTRELLA, y al rededor de ella había siete estrellas más pequeñas, Orión. Sus rayos se entrecruzaban, llenando el espacio con un infinito fulgor. Cada una de las ocho estrellas contenía, en si misma con su luz, a las otras.

Bajo este cielo de ensueño, junto al arroyo que empezaba a atrapar el profundo e irrepetible azul del alba estrellada, vi a una mujer desnuda, joven y hermosa quizás la misma que horas antes había visto danzar con la tronante Rueda del Mundo. Vertía agua de dos vasijas, una de oro y otra de plata. Los pájaros comenzaban a despertar, llenando la mañana con sus trinos, preparándose para volar. El Mundo despertaba a la luz de LAS ESTRELLAS.

Por un instante, comprendí que estaba, mirando El Alma de la Naturaleza.
- Esta es la Imaginación de la Naturaleza.- Dijo, suavemente, la voz de mi guía.- La Naturaleza sueña, imagina, crea mundos. Aprende a unir tu imaginación con la de ella, y nada será, jamás, imposible para ti.- La voz se alejaba. - Pero recuerda que es imposible ver correcta y equivocadamente al mismo tiempo. De una vez por todas, debes decidir tu camino. Entonces, no habrá necesidad de volver ha empezar.

El profundo silencio lleno de melancolía me invitó a entrar, de nuevo, en las estancias del Laberinto, mis ojos veían en la oscuridad. Me sentí renovada, ligera y me lancé escaleras arriba. Ahora ya conocía todos los misterios. Se me habían rebelado.

Llegué a una gran puerta de madera semejante a la primera y la traspasé. Estaba en la cima de una gran torre. Supuse, erróneamente, era el final del camino. Me recreé en la euforia como una niña, tragando y brindando con bocanadas del are fresco de la mañana.

VIII

A lo lejos se acercaba  UN CARRO, con sus violentos movimientos atrapó mi atención. Estaba tirado por dos caballos, uno blanco, el otro negro, dirigido por un apuesto  auriga. Este tenía el semblante radiante de un triunfador. Se cubría con una armadura de acero y en su mano llevaba un cetro, terminado en una esfera, un triángulo y un cuadrado. En el frontal de la carroza de guerra giraba una esfera símbolo del Yim y el Yang.

- En esta escena todo tiene un significado. Observa y trata de comprender. - Me dijo la Voz.- Este es el Conquistador que no se ha conquistado todavía a sí mismo. Aquí se encuentra la voluntad y el saber. Pero en todo esto, está más el deseo de alcanzar que el logro mismo.
El silencio, entre frases, era impenetrable en mi mente, me debatí entre la decepción y el cansancio.
- El hombre de LA CARROZA empezó por considerarse conquistador antes de haber realmente conquistado. Decidió que la conquista debe corresponder al Conquistador. En esto hay muchas posibilidades reales, pero también, muchas perspectivas engañosas. Grandes peligros esperan al hombre de la carroza.

Fijé mis ojos en aquel hombre. Una certeza se apoderó de mí.  Era el mismo hombre al que había visto uniendo el cielo con la Tierra, El Mago, también el que se arrastraba por un camino polvoriento entre escombros, ignorando los peligros, El Loco. Y no había duda, era Yo el guerrero triunfante liderando los ejércitos del Ego, del miedo,... con habilidad. El asombro y el desconcierto se mezclaron en mi corazón.
 ¿Qué era aquello que no había entendido? Hacía apenas unos minutos, estaba segura de haber llegado al final del Laberinto ¿Qué escabrosa prueba era aquella?

- Este es el Conquistador contra quien, el conquistado (su Ego) puede revelarse todavía, a pesar de la espada mágica (su conocimiento). La tensión de su voluntad puede debilitarse y los caballos pueden tirar en diferentes direcciones rompiendo La Carroza y a él en dos. Este eres Tú con toda la fuerza de lo aprendido, experimentado, superado  y sin control sobre ello.
De nuevo un largo silencio.
- ¿Ves, detrás de él, las torres humeantes de la ciudad conquistada? Quizás la llama de la rebelión ya arde allí. Debes saber que  la ciudad conquistada está dentro de ti. Los caballos (tu dualidad) vigilan todos tus movimientos. En tu interior grandes peligros te esperan.
El eco de estas palabras me envolvió.

En ese momento, sin mediar aviso de lo que iba a suceder, sentí bajo mis pies el tronar de un terremoto. La extraña construcción del Laberinto osciló, pero, rompiendo todas las leyes de la lógica, no calló en ese momento, si no que, se alzó sobre el valle convirtiéndose en una inmensa TORRE que traspasaba las nubes.
El cielo se oscureció. Cúmulos de tormentas cegaron el Sol en un instante. Los truenos ensordecedores comenzaron a caer por todo el valle.
De repente, el cielo se abrió, un trueno hizo retumbar la Tierra entera, y un rayo cayó sobre la cúspide de la TORRE.
Lenguas de fuego salían del cielo; toda la Torre se llenó de fuego y humo.
Yo, rodeada por los escombros, caí al vacío que se abría ante mí.
Escuché la voz, poderosa, venciendo el ensordecedor fragor, acompañándome en la caída.

- La Naturaleza se revela contra el engaño. El hombre no se somete a las leyes de la Naturaleza. Esta, aguarda pacientemente por largo tiempo y luego, repentinamente, de un soplo, aniquila todo lo que va contra ella.- El fragor de la tormenta se alejaba y con ella la voz se apagaba.- Si los hombres pudieran comprender que casi todo lo que saben son ideas parciales, ruinas, de las Torres del Ego, destruidas. Probablemente cesarían de construir conceptos falsos y se dedicarían a comprender la naturaleza real de las cosas, sin dejarse llevar por la precipitación. El camino de la Iluminación sería más recto, no sería necesaria la enfermedad ni el dolor.
La voz se perdió en la lejanía y yo impacté contra el suelo perdiendo toda conciencia.

IX

Cuando abrí los ojos sentí que había muerto y resucitado. Estaba tirada, sobre un duro suelo de piedra, en medio de un claro rodeado de setos. Me había salvado milagrosamente de aquella terrible caída. Quizás no, había resucitado.
Con movimientos lentos y torpes me levanté. LA TORRE había desaparecido. Estaba en el centro de otro Laberinto, este me recordaba la antigua Creta, los milenarios jardines de los Templos persas,....

Frente a mí, en un altar de piedra, situado en el centro de aquel claro, estaban Las Llaves, El Libro y el Manto con los símbolos bordados. Comprendí, eran mi trofeo por haber llegado hasta aquel punto sin perder las fuerzas, ni la cabeza. Los cogí y los hice míos como una parte de mi cuerpo. Esas son cosas que solo pasan en los sueños.

Delante de mí, el follaje se abrió y me dejó ver la puerta del Templo, custodiada por dos columnas y velada. ¡Me era permitido descorrer el velo del Templo y entrar al Santuario Interno! ¡Mi gozo no tenia limite!

En el centro energético de aquel lugar sagrado, una mujer con  corona de oro y manto de púrpura me esperaba. En una mano tenía una espada levantada y en la otra una balanza. Al verla temblé de miedo, su mirada era infinitamente profunda y terrible. Me hizo sentir ante un abismo.

- Estás viendo a la VERDAD.-  dijo la Voz.-  Todo es pesado en su balanza. Esa espada es levantada eternamente en defensa de LA JUSTICIA y nada puede escapar a ella. No desvíes tu mirada de la balanza y la espada. No tengas miedo de su severo rostro. Despójate de tus últimas ilusiones. Desde este momento vivirás sobre la Tierra sin estas ilusiones.- Como la voz de un tambor dijo.- ¡¡¡ Querías ver la VERDAD y ahora la ves!!! Pero recuerda, lo que espera al mortal que ha visto a la diosa: No podrás volver a cerrar los ojos ante lo que no te agrada, como lo has hecho hasta ahora. Veras siempre a la Verdad, en todo momento y en todas las cosas. ¿Te das cuenta de esto? Has visto la Verdad. Ahora tienes que seguir a delante aunque no quieras hacerlo.
Supe que mi vida no volvería a ser la misma, sentí un profundo dolor y una tremenda alegría.
Sobre el Arcano Templo se cernió una espesa niebla. Los espesos celajes arrastraron aquel lugar a las tinieblas. Salí buscando la razón de aquel fenómeno. A lo lejos ardía una dantesca llamarada roja. Con coraje me dirigí hacia ella.
A medida que me acercaba veía una extraña figura fantástica. Tenía una horrible cara roja de DIABLO, unas largas orejas velludas, una barba puntiaguda y cuernos curvados de cabra. En la frente del diablo, entre los cuernos, brillaba un pentáculo, al revés, de fosforescente luminosidad. Dos alas grises, membranosas, como las alas de un murciélago, se extendían a su espalda. EL DIABLO levantaba un grueso brazo desnudo con el codo torcido y los dedos extendidos, en la palma reconocí el signo de la magia negra. En la otra mano sostenía una antorcha ardiendo, con la que apuntaba hacia abajo, de donde salían nubes de negro y sofocante humo. El Diablo se sentó en un gran cubo negro agarrado con los garfios de sus piernas velludas como las de una bestia.

Un hombre y una mujer estaban encadenados a una argolla de hierro frente al cubo.
Eran el mismo hombre y la misma mujer a quienes había visto en el Jardín del Edén, los que escuchaban al Hierofante solo que ahora tenían cuernos y cola con extremos ígneos.

- Este es el cuadro de la caída, el cuadro de la debilidad, - dijo la Voz, - la expresión de la Mentira y el Mal. Estas son las mismas gentes, pero empezaron a creer en ellas y en sus propios poderes. Decían que ellas sabían lo que era lo Bueno y lo que rea lo Malo. No quisieron considerar el resto del universo que los rodeaba. No comprendieron, todo está ínter-relacionado e ineludiblemente conectado. Tomaron su debilidad como fuerza y el engaño los sometió.

El Diablo habló:

- Yo soy el Mal,- dijo, - en tanto que el Mal pueda existir en este, el mejor de los Mundos. Para poder percibirme es necesario ver perversamente, equivocadamente, estrechamente. Tres caminos llevan hasta mí: El Engaño, La Sospecha y La Acusación. Mis principales virtudes son: La Calumnia y La Impostura.- Mientras hablaba sonreía y hostigaba con un tridente a sus esclavos humanos.- Yo completo el triángulo cuyos otros dos lados son la Muerte y el Tiempo. Para poder escapar de este triángulo solo es necesario ver que no existe.- Una carcajada salió de su garganta, estremeciéndome.- Pero ¿cómo hacer esto? No es cosa que yo deba decir. Porque yo soy el Mal que los hombres inventaron para poder justificarse y para poder tener una causa a la que atribuir su mal proceder, del que ellos mismos son culpables.- Hizo una pausa.- Me llaman el Rey de la Mentira, y en realidad soy el Rey de la Mentira, porque soy el mayor producto de la mentira humana.

La voz se perdió en la niebla y esta, lentamente, se disipó. Con ella se llevó el terror y la angustia que producía aquel demoníaco personaje.

X

El Laberinto, aparentemente, había desaparecido. De nuevo estaba perdida. Esta vez, en medio de un desolador desierto, otra forma laberíntica más desesperada si cabe porque no se percibían sus márgenes. A pesar de esto me sentía en paz, quizás porque ya no confundía la verdad con la mentira.

Comencé a errar por largo tiempo en aquel desierto arenoso y árido, donde no había otro ser vivo que las serpientes. En mi deambular encontré a un ERMITAÑO.
Estaba envuelto con una larga capa, con una capucha sobre la cabeza; en una mano llevaba un gran báculo, símbolo de su primitiva y esencial sabiduría, en la otra una linterna encendida, aun cuando era pleno día y el Sol brillaba.

- Antaño buscaba al hombre,- dijo EL ERMITAÑO,- pero hace mucho tiempo que he abandonado la búsqueda.
Suspiró profundamente con gesto de cansancio.- Ahora busco el tesoro enterrado. ¿Quieres tú también buscarlo? En primer lugar debes hacerte con una linterna. Sin una LINTERNA siempre estarás encontrando tesoros, pero tu oro se convertirá en polvo.
 Me hizo un gesto acogedor invitándome a acompañarlo.
- Comprenderás el primer misterio, nosotros no sabemos cuál es el tesoro que debemos buscar, si el que fue enterrado por nuestros antepasados, o el que será enterrado por nuestros descendientes.- Dijo.

Su naturaleza humana me resultaba conocida, era tan tribal y esencial como el conocimiento salvaje. Entendí que era el Chaman, el Sabio que conectado a la memoria de la humanidad no necesitaba cuestionar nada. Lo sabía todo.
Me sentí en casa. Aquella LINTERNA que me decía, debía procurarme, yo lo supe sin pensarlo, era la luz de mi interior, la fuerza luminosa de mi Yo, mis amigos, mi familia y el amor que recibo de todos. Lo que me hacia distinta en la infinidad de las formas del universo. Aquel candil encendido, en pleno día, era algo que siempre había tenido y EL ERMITAÑO me había recordado que era mi guía en el complejo y árido mundo cotidiano.

El tesoro estaba en mí. La herencia recibida y lo que yo pudiera aportar al futuro. La comprensión de que el tiempo en si era una ilusión, llenaba el cofre que buscábamos en el desierto. ¿Porqué un desierto?

La voz, solícita, me susurró al oído:

- Si olvidas quien eres, en beneficio de quien quieres ser, te perderás en un desierto. El aquí y el ahora es lo único real.

Se hizo la luz en mi mente y, nunca mejor dicho, puesto que era noche cerrada. Llevábamos horas andando. Cuando el cansancio y la sed me empezaban a vencer, a la pálida luz del amanecer, un oasis apareció frente a mí. Mi corazón estaba tan lleno que no temí que fuera un espejismo, ni me dirigí a él con ansiedad. Con pasos cortos y alegría en cada una de mis células, fui acercándome a la húmeda vitalidad del agua. Esta, me iba recibiendo pausadamente.

En aquel estado de paz y regocijo, llegué a la orilla de un océano tranquilo, apenas perceptible en la lejanía, un verdadero paraíso en el que el desierto se diluía.

UN ÁNGEL inmenso, quizás un príncipe del cielo, estaba de pie entre la Tierra y el Cielo, cubierto con una túnica blanca,  brillantes alas y un halo sobre la cabeza. Uno de sus pies estaba en la Tierra y el otro en el Mar. Detrás de él, el Sol empezaba ha salir.
En el seno DEL ÁNGEL se encontraba el símbolo del Libro Sagrado del Tarot, el cuadrado, y dentro de él el triángulo. En sus sienes se encontraba el signo de la eternidad. En las manos, sostenía dos copas una de oro y la otra de plata, y, entre las copas, fluía una corriente constante, brillando con todos los colores del Arco Iris. Pero yo no podía decir de qué copa fluía y en cual se vertía.

Llena de alegría, comprendí que había llegado a los últimos misterios, de los que no se regresa. Cruzando la sutil frontera, a partir de la cual, el olvido y la desconfianza ya no te traicionan.

Miré al Ángel, a sus símbolos, a sus copas, a la corriente de Arco Iris entre las copas y mi corazón humano se estremeció de amor.
 ¡Cuanta grandeza! Al mismo tiempo, sentí la punzada del miedo ante mi insignificancia. Mi mente humana se sintió presa de la angustia. Pero, mi lucidez era total, me sentía parte de todo el universo y, por tanto, conocía algunos de sus secretos.

- El nombre del ángel es TIEMPO.- dijo la Voz, interrumpiendo el hilo de mis pensamientos.- En su frente está el circulo. Este es el símbolo de la Eternidad y el símbolo de la Vida. Sostiene dos copas, de oro y de plata. Una copa es el pasado, la otra el futuro. La corriente del Arco Iris entre ellas es el presente. Tú lo ves, fluye en las dos direcciones.- El Ángel me miró directamente a los ojos y, la voz, añadió.- Este es el TIEMPO en el aspecto más incomprensible para el hombre. Los humanos piensan que todo corre, incesantemente, en una dirección. No ven que todo se encuentra eternamente, que una cosa viene del pasado y otra del futuro. El Tiempo es una multitud de círculos que giran en diferentes direcciones.
El  silencio  a  nuestro alrededor era denso.
-¡Comprende este misterio y aprende a distinguir las corrientes opuestas en el Arco Iris del presente,  el  Aquí  y  el  Ahora! - No cabía duda de que me estaba dando una orden.- Nada puede darte más poder, ni acercarte más a la inmortalidad perdida, que resolver este misterio llamado LA TEMPLANZA.

XI

Caminaba, por la orilla de aquel hermoso océano. Envuelta en profundas meditaciones. Tratando de comprender mi visión del Ángel con todos sus detalles y crípticas palabras, cuando, de nuevo, vi en medio del cielo un inmenso circulo que giraba a una terrible velocidad. Al mismo tiempo que él, hora hacia arriba, hora hacia abajo, giraban las simbólicas figuras de la Serpiente y el Perro. Y en lo alto del círculo, sin moverse, se encontraba la esfinge.
En los cuatro cuartos del cielo, entre las nubes, estaban las cuatro bestias aladas del Apocalipsis (una como León, otra como Toro, la tercera con cara de Hombre y la cuarta como Águila volando) y cada una de ellas leía un libro abierto.

Las voces de las cuatro bestias formaron un coro que, a los cuatro vientos, cantaba:

“Todo va todo vuelve; la rueda de la existencia jira eternamente.
Todo muere todo vuelve a florecer; eternamente corren los años de la existencia.
 Todo se destruye, todo se reconstruye de nuevo; eternamente se construye la misma casa de la misma existencia.
Todo se separa, todo se encuentra de nuevo; el anillo de la existencia permanece eternamente fiel a si mismo.
La existencia principia a cada "Ahora"; alrededor de cada  "Aquí" jira la esfera del  "allá".
 El centro está en todas partes.
Tortuoso es el camino de la eternidad.”

Abrumada por la belleza de aquel canto y la verdad que encerraba, extasiada por la visión de LA RUEDA DE LA VIDA   (De la Fortuna, Del Karma), Me senté suelo y cerré los ojos. Recogiéndome, reverente, en mi interior.
La RUEDA estaba girando delante de mí. Sentí que esta era una presencia permanente. No importaba que yo no la viera. Siempre estaría en el horizonte.
Pasaron las horas y me sumí en una profunda meditación. Arrodillada sobre la tierra, con los ojos cerrados, restablecí la paz en mi interior. El rumor de unos cascos me alertó y salí de mi retiro.   Un jinete sobre un caballo blanco al trote, se acercaba.
Estaba cubierto con una armadura y un yelmo negro. Tenía la cara de un esqueleto. Una mano huesuda sostenía una gran bandera que ondeaba suavemente. La otra, unas riendas enlutadas, adornadas con una calavera y dos huesos en cruz.

Supe que por donde pasaba el JINETE NEGRO llegaban la noche y LA MUERTE. Las flores se marchitaban. Las hojas de los árboles caían. La Tierra se cubría de una capa blanca, los cementerios alzaban sus tumbas. Las torres, los palacios y las ciudades se desmoronaban en ruinas. Reyes en todo el esplendor de su gloria y poder, hermosas mujeres, amantes y amadas, altos sacerdotes investidos del poder de Dios, niños inocentes, todos, en la proximidad del Caballo Blanco caían postrados, de hinojos ante él, llenos de terror y levantaban las manos con desesperación y angustia. Luego caían para no levantarse más.

A lo lejos, detrás de las montañas del Oeste, el Sol se ocultaba.

El estremecimiento de LA MUERTE se apoderó de mí. Me parecía tener ya los cascos blancos Del Caballo sobre mi pecho, y vi que el mundo entero se derrumbaba en un precipicio.

Pero, de repente, reconocí algo familiar en el moderado paso Del Caballo. Algo que antes había escuchado y visto. Otro instante, y percibí en su paso el movimiento de la Rueda de la Vida.
Apareció,  de nuevo, la luz en mi interior y, mirando al Caballo que se alejaba y al Sol que se ocultaba, comprendí que la senda de la vida está formada por las huellas de los cascos DEL CABALLO DE LA MUERTE.
El Sol, ocultándose por un lado, se levanta por el otro. Cada momento de su movimiento es el ocaso de un punto y el amanecer de otro.
Comprendí que, así como el Sol se levanta cuando se pone y se oculta cuando sale, también la vida muere cuando nace, y nace cuando muere.

- ¡Sí! - dijo la Voz de mi guía.- Tú piensas que el Sol tiene una finalidad, salir y ocultarse. ¿Sabe el Sol algo de la Tierra, de las gentes, del amanecer y del atardecer? Él va por su propio camino, sobre su propia órbita, alrededor de un Centro Desconocido. Vida, Muerte, amanecer, atardecer, ¿no te das cuenta de que todo esto no son sino los pensamientos, los sueños y temores del Bufón?



XII

Siempre había algo más que comprender. Mis cansados pasos, me llevaron a una llanura verde, rodeada de ondulantes colinas azules. Allí, una Mujer jugaba con un León. Engalanada de rosas, tenía el símbolo de la Eternidad sobre su cabeza. La mujer, tranquila y confiadamente, cerraba las fauces del León, y el León mansamente lamía su mano.

- Esta es la imagen de LA FUERZA.- Dijo mi guía.- comprende todos sus significados. En primer lugar demuestra la Fuerza del amor. No hay nada más poderoso que el amor. Solo el amor puede vencer al Mal. El odio siembra odio. El Mal siempre acarrea el Mal.

- ¿Ves esas guirnaldas de rosas? Ellas hablan de la cadena mágica. La unión de los deseos, la unión de los esfuerzos.- La Voz se mostraba apasionada.- Crean tal FUERZA que toda Fuerza inconsciente se somete ante ella. Y, además, es ella LA FUERZA de la Eternidad.

- Aquí llegas al reino de los misterios. Para la conciencia que puede ver el Símbolo de la Eternidad sobre ella, no hay obstáculos, ni puede haber ninguna resistencia.- La Voz, de nuevo, se perdió en la distancia.

Liberé un suspiro. No podía dar un paso más. Tanto si había logrado mi propósito como si no, aquel lugar sería el final. Mi voluntad estaba agotada. Busqué donde recostarme.

Al girarme, mis ojos tropezaron con los de un hombre que estaba con las manos atadas a la espalda, COLGADO de una pierna, en una alta horca; con la cabeza hacia abajo, y sufriendo horribles tormentos. Me sentí identificada con él.
Alrededor de la cabeza tenía un halo dorado. Arrastrando mi cansancio me acerqué.
Al pie de la horca un cartel rezaba: " Detente, este es el hombre que ha visto la Verdad”.

De nuevo la Voz sonó en mi interior:

- Nuevos sufrimientos, como ninguna desgracia terrestre puede jamás causar, son los que esperan al hombre en la Tierra cuando encuentra el camino de la Eternidad y comprende el Infinito. Necesitará todo el conocimiento para superarlos.

- Tú eres todavía una mujer, pero, ya sabes muchas cosas inaccesibles aun para los Dioses. Y este conflicto entre lo grande y lo pequeño en tu alma, es tu tortura y tu Gólgota.

La voz se acercaba y siguiendo mi instinto me giré para buscarla. Un ser envuelto en luz que tenía mi misma cara se dirigía lentamente hacia mí con las manos extendidas.
- En tu misma alma se levanta una horca en la que te encuentras COLGADA por el sufrimiento, sintiéndote como si estuvieras con la cabeza vuelta hacia bajo.- El ángel guía me sonreía.

Llegó hasta mí con sus leves pasos y se fundió conmigo en un infinito abrazo.

 - Tú escogiste este camino. - Susurro en mi oído.- Por esto has hecho un largo viaje de prueba en prueba, de iniciación en iniciación, pasando por fracasos y por caídas. Ahora has encontrado la Verdad y te has conocido a ti misma.

Arropada por aquel abrazo de Luz y Amor tuve la certeza de que yo era el MAGO que se encuentra colocado entre la Tierra y el Cielo controlando a los elementos con los símbolos mágicos, El LOCO que camina por un camino polvoriento bajo los abrasadores rayos del Sol hacia el peligro, La Habitante del PARAÍSO con mi compañero, bajo la protección del genio Benéfico.
También, la que se encuentra atada con el al cubo negro de las MENTIRAS. Me sentí como el Conquistador DEL CARRO en el filo del triunfo.
Yo era EL ERMITAÑO del desierto que busca la Verdad con una linterna a plena luz del día.

Y, ahora, había encontrado la Verdad. Esta me abrazaba y colmaba de alegría.
Envuelta en música y aroma de flores, me desperté. Estaba confusa y quizás más cansada que antes de dormirme. Ya era noche cerrada y todo mi cuerpo estaba entumecido.

En los siguientes días oscilé, entre creer que lo sabía todo y que no sabía nada. Las revelaciones del Tarot cambiaron mi forma de ver el mundo para siempre.

Los sueños también forman parte de la vida.










María Gracia Iñiguez López

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